Escrito 1 de enero, 2016. Primer viaje sola.
Ir sentada en un tren es algo más que me da la vida. Voy escribiendo mientras escucho el ruido de la velocidad del tren, miro afuera de la ventana derecha y después de la izquierda.
Estoy intrigada por lo que escribo pero constantemente tengo que mirar por las ventanas, las dos, para ver las casitas de los pueblitos franceses, los bosques interminables, las plantaciones en los cerros, los cementerios que se ven en los pueblos desde el tren, los caminitos, la naturaleza.
Tengo que mirar alrededor de donde estoy sentada, para ver a la gente que me rodea, los franceses guapos de los que uno se enamora a primera vista y nunca más ve, una pareja extraña y probablemente drogada, niños yendo de un pueblo a otro tal vez porque van a un internado.
Y de repente, sin que te lo esperes, el tren pasa entre medio de dos cerros altos muy juntos y al mismo tiempo que se te tapan las orejas te das cuenta del lugar que te rodea.
Y de repente cuando pensaste que no se te iban a tapar de nuevo las orejas pasas por un túnel y se te tapan más.
Y cuando menos te lo esperas, pasa un tren en dirección opuesta, rajado y se te acelera el corazón mientras que haces eye contact con la persona que está sentada diagonal a ti con risa y asombro por el susto compartido.
Y mientras pasa, piensas en todo y en nada. Te acuerdas de los veranos con los primos en Rapel, o las mañas por no querer ir a Vichuquén cuando al final termina siendo lo mejor. De las caminatas que hiciste con la Claudia.
Extrañas.
Y aunque nunca volverás a estar en ese mismo momento, te das cuenta que cada momento tiene el potencial de quitarte más el aire. Que en 4 horas más vas a gritar de asombro por primera vez por ver un edificio como la Notredam de Reims. O que sin esperarlo, serás parte de la historia en París. O que vas a volver a tu cama y vas a mirar todo con nuevos ojos pero con la misma esencia. Y que tu pieza va a estar igual pero va estar cargada con los recuerdos y las experiencias que te marcaron.
Te das cuenta que el mundo es uno y que todo está conectado. Y que la funda de tu almohada que te compraste en Estambul una vez estuvo allá en manos de alguien con quien interactuaste. Y que eso que te diste cuenta de que los momentos son lo que importa es lo más cierto.
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